Una puerta mágica
Imagina por un momento que las palabras son las llaves de todas las puertas que un niño puede abrir en su vida. Cada palabra que aprenden les da acceso a un nuevo rincón del mundo: una idea, un sentimiento, un sueño. Y la lectura es la forma en que esas palabras toman vida, como pequeñas luces que iluminan el camino. Pero hay un momento en la infancia donde todo cambia: entre los 8 y los 9 años, los niños dejan de aprender a leer para empezar a aprender leyendo. Y ese cambio es tan crucial como abrir una puerta a un mundo nuevo.
El poder (y el desafío) de las palabras.
Sin embargo, no todos los niños llegan a esa puerta con las mismas llaves. Los que han acumulado un vocabulario rico, diverso, encuentran textos que entienden con facilidad. Leer, para ellos, es como caminar por un sendero lleno de flores: cada palabra que reconocen los invita a avanzar con curiosidad y alegría. En cambio, para aquellos con un vocabulario más limitado, la lectura se convierte en un laberinto lleno de obstáculos. Tropiezan con palabras desconocidas, se pierden en frases que no entienden, y el camino que debería llevarlos a un lugar maravilloso se convierte en una cuesta empinada, casi inalcanzable.
Y aquí está el problema: sin vocabulario, no hay comprensión. Y sin comprensión, la lectura pierde su magia. Pero lo contrario también es cierto: cuanto más rico sea el vocabulario de un niño, más fácil será que las ideas y el conocimiento se instalen en su mente como raíces profundas. El conocimiento nutre el lenguaje, y el lenguaje, a su vez, alimenta el conocimiento. Es un ciclo virtuoso, una danza entre las palabras y el entendimiento.
Los cuentos: Los arquitectos del vocabulario
Y aquí es donde los cuentos se convierten en héroes silenciosos. Los cuentos no solo entretienen, no solo arrullan: apalabran el mundo. Cada historia le da al niño nuevas palabras para nombrar lo que ve, lo que siente, lo que imagina. Un cuento sobre un dragón puede enseñarle que el coraje no siempre se ve, pero se siente. Una historia sobre una niña curiosa le puede mostrar que las preguntas son la llave de los descubrimientos. Los cuentos son puentes: unen lo que el niño ya sabe con lo que está por aprender.
Y es aquí donde ocurre algo mágico: cuando un niño entiende una nueva palabra, no solo aprende su significado. Esa palabra se convierte en una herramienta que le permite pensar mejor, soñar más lejos, crear. Porque no se puede imaginar lo que no se puede nombrar. Los cuentos expanden el vocabulario, sí, pero también expanden la imaginación y, con ella, el mundo.
La misión de apalabrar
Entonces, la próxima vez que leas un cuento a un niño, no pienses que solo estás llenando un rato de su tiempo. Piensa que le estás regalando palabras, esas pequeñas llaves que abrirán puertas a lo largo de toda su vida. Porque el mundo no está dado: hay que apalabrarlo, nombrarlo, entenderlo. Y los cuentos son el primer paso.
Así que aquí está la invitación: sigamos contando cuentos, sigamos leyendo juntos. Hagamos del vocabulario una herramienta de descubrimiento y no de exclusión. Regalemos palabras, regalemos historias.
Porque, al final, los cuentos no son solo para contar: son para que los niños puedan apalabrar su propio mundo.